Mi ADN = curiosidad + emprendimiento

Siempre me he considerado una persona muy emprendedora y muy curiosa…

Cuando tenía 12 años empecé a interesarme por el mundo de las finanzas y empecé a indagar cómo funcionaba la Bolsa. Por aquel entonces, recuerdo que lo primero que hacía cuando llegaba a casa tras terminar el colegio era encender el Teletexto de la televisión (por supuesto no había internet) para ver cómo había cerrado – o estaba a punto de cerrar- el IBEX35 aquella tarde. 

Mi padre me ayudó comprando mis primeras acciones (¡aún en pesetas!) y fui participante de la salida a bolsa de Terra (todos conocemos cómo terminó aquello). 

Puedo recordar lo feliz que me hacía ver que había ganado (por decir algo, 2.000 pesetas) y recibir dividendos de aquellas acciones. Pero tengo que reconocer que cuando perdía también me lo tomaba muy a
pecho (para una niña de 12 años, perder 3€ puede significar mucho).

Era un momento de muchísima inflación e invertir en Bolsa podía ser una buena manera de enfrentarla, aunque imagino que para un progenitor aquello podía dar miedo con mi edad. Así que mi padre decidió «cortar» aquello y por muchos años ya no se habló más de Bolsa en casa… 

Visto en perspectiva y pasadas dos décadas de aquello, me doy cuenta de la importancia de las creencias limitantes: 

¿Qué hubiese sido de mi si en vez de frenar aquel apasionante interés por la bolsa que tenía con 12 años, lo hubiesen fomentado? Posiblemente os encontraríais delante de una grandísima broker 🙂

Así que después de haberme dado cuenta de aquellas creencias limitantes que tenía (casi dos décadas después), era momento de reconfigurar mis creencias, sobre todo en lo concerniente al dinero y al emprendimiento.

Mis inicios con la atención al cliente

A los 16 años (edad mínima para trabajar en España) empecé a trabajar como camarera durante los fines de semana y vacaciones. Era una buena manera de sacarme unos ahorros y lo mejor: podía compaginarlo con los estudios y seguir aprendiendo fuera de las aulas. 

La atención al cliente no se me daba nada mal y admito que aprendí muchísimo sobre cómo gestionar a distintos tipos de clientes. Además, debo reconocer que tenía bastante talento llevando la bandeja, así que empecé a participar en «carreras de camareros» y me ganaba otro dinero extra. Sí, lo habéis leído bien, por aquel entonces era muy común en las fiestas de cada pueblo organizar carreras de camareros. Aquí me podéis ver, menos mal que mis padres conservan fotos en papel  🙂